
1. La predestinación y la providencia de Dios, y la certeza de la salvación
Al exponer Romanos capítulo 8, el pastor David Jang hace gran hincapié en la certeza de la salvación y en la soberanía absoluta de Dios, que van más allá de la inseguridad y los límites humanos. En los versículos del 28 al 30 de este capítulo, el apóstol Pablo declara: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” A lo largo de la vida, el ser humano se ve constantemente ante la incertidumbre del futuro. Aquello que hoy consideramos bueno podría volverse nocivo con el tiempo, y algo que parece dañino podría transformarse en una bendición sorprendente. Esta limitación e inestabilidad suelen dominar la existencia humana, pero Pablo las interpreta desde la perspectiva de la providencia divina que “hace que todas las cosas cooperen para bien”.
Al explicar este pasaje, el pastor David Jang aconseja prestar atención a la expresión “a los que aman a Dios”. Aun cuando tengamos carencias y debilidades, si estamos en la identidad de “los que aman a Dios”, Él toma todas esas piezas y las ensambla como en un mosaico, para obrar el bien. Igual que las piezas de un mosaico solo revelan la imagen completa cuando se acoplan entre sí, las diversas situaciones, adversidades y limitaciones del pueblo de Dios terminan por armonizarse en el plan divino, conduciendo a un resultado bueno. Esto no se limita solo al llamamiento individual, sino que también se extiende como una obra que “coopera para bien” dentro de la comunidad de fe.
Pablo experimentó esta verdad de manera muy personal. Al principio, perseguía con dureza a la comunidad que creía en Jesucristo, pero en el camino se rindió y se convirtió en uno de los más apasionados evangelistas. Así sucedió una transformación tan asombrosa que nadie podía haber previsto, y esto contribuyó en gran manera a que la iglesia primitiva esparciera la semilla del evangelio por muchas regiones del mundo. Desde la perspectiva de Pablo, ningún adversario podía destruir de forma absoluta a aquellos a quienes Dios amaba, y él recalca este hecho con énfasis en Romanos 8.
La famosa frase de Romanos 8:28: “todas las cosas les ayudan a bien” encierra los conceptos de la predestinación y la providencia de Dios. La predestinación significa que Dios ha determinado de antemano, y la providencia (del latín “pro-videre”, “ver con antelación”) implica que Dios prevé y dirige la historia de acuerdo con Su plan. Es decir, en cada momento de la vida y de la historia humana, ya estamos incluidos en el gran diseño de Dios. El pastor David Jang llama a esto “la soberanía de Dios” y recuerda que a lo largo de la historia cristiana este tema ha sido objeto de innumerables debates y controversias.
En efecto, esta doctrina se convirtió en una de las bases principales de la teología de la predestinación de Calvino, en particular de la llamada “doble predestinación”. Dado que distingue entre los elegidos y los réprobos, se han producido intensas críticas y discusiones. Sin embargo, el propósito de Calvino era enfatizar “la certeza maravillosa de la gracia que disfrutan los que creen bajo el gobierno y el amor absolutos de Dios”. Si consideramos el contexto histórico, tras la época de Calvino, la gente se inclinó cada vez más hacia el racionalismo y la razón humana, y se expandió la idea del deísmo (Deism), según la cual Dios creó el universo, pero ya no interviene en él. Esa corriente negaba la relación viva con Dios y trataba de interpretar el mundo de manera autónoma mediante la razón humana. Como contrapeso, Calvino proclamó con firmeza “la soberanía absoluta de Dios” para recalcar que Él no es un ser distante en un rincón del universo, sino que se involucra activamente en la historia y en el mundo en que vivimos, gobernando hasta la vida y la muerte de un pajarillo. Asimismo, Pablo, basándose en el mismo principio, en Romanos 8 afirma que todo lo que sucede a quienes Dios ama, finalmente obra para bien bajo Su dominio absoluto.
El pastor David Jang explica que “la iglesia” es la comunidad de los que han sido llamados. Literalmente, “llamados a salir” (called out), es decir, un grupo de personas escogidas en medio del mundo conforme a la voluntad de Dios. Por ende, la iglesia no se reduce a una institución o un sistema administrativo externo, sino que es una comunidad espiritual en la que los que aman a Dios se reúnen, creen y obedecen Su soberanía y Su providencia, se cuidan mutuamente y caminan juntos. Por eso, al volver a Romanos 8:28, “a los que aman a Dios, a los que conforme a su propósito son llamados” va seguido de la sorprendente conclusión: “todas las cosas les ayudan a bien”. Nuestras carencias, debilidades e incluso esas piezas rotas de la vida pueden llegar a formar una obra maestra en las manos del Dios todopoderoso.
En los versículos 29 y 30, Pablo pasa a hablar con más claridad de la presciencia (foreknowledge) y la predestinación. Afirma que a quienes Dios “conoció de antemano” también “los predestinó”, y que finalmente los “llamó, justificó y glorificó”. Así describe la etapa y el proceso de salvación que reciben los creyentes de la iglesia. En resumen, el fluir es presciencia–predestinación–llamamiento–justificación–glorificación, y también suele considerarse como justificación, santificación y glorificación. El pastor David Jang subraya que la enseñanza paulina sobre la presciencia y la predestinación no proclama simplemente un destino ineludible, sino más bien pone de relieve la “absoluta soberanía de la gracia”. En otras palabras, el hombre puede tener fe porque primero la gracia divina le fue concedida; y el hecho de reconocer que esa gracia se otorgó “previamente” es la clave para entender el orden de la salvación.
Pablo mismo tuvo esta vivencia de manera intensa. Él, que había estado presente y a favor de apedrear a Esteban, era un feroz perseguidor, pero se transformó en un ardiente apóstol de Jesucristo. Sin duda se preguntó una y otra vez: “¿Por qué Dios eligió a alguien como yo?” Experimentó una profunda culpa por sus pecados, y sin embargo, al final alabó en Romanos 8 a ese Dios que lo había aceptado, conociendo de antemano toda su maldad y carencias. “Por medio de aquel que nos amó somos más que vencedores.” Pablo era la prueba viviente de esa afirmación.
La enseñanza de que Dios salva a los que ama a través de Su presciencia y Su predestinación, y que no se detiene en la salvación misma, sino que “los conforma a la imagen de Su Hijo”, es la idea central del versículo 29. El propósito final es parecernos a Jesucristo. Él es el “primogénito”, y nosotros, sus muchos hermanos y hermanas. Esta es la “meta más amplia de la salvación” para Pablo. No se trata únicamente de ser perdonados de los pecados y librados del juicio, sino de avanzar hacia el crecimiento y la plenitud espirituales como hijos de Dios, siendo conformados a la imagen de Jesús.
En el versículo 30 leemos: “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” Esta frase vuelve a mostrar de manera grandiosa la convicción de Pablo acerca de las etapas de la salvación. ¿Podría tambalearse la providencia de Dios, que conforme a su presciencia y designio previos llama, justifica y conduce a la gloria? Pablo responde tajantemente que es imposible. El pastor David Jang señala que aquí radica la base de la paz interior y de la certeza que ofrece la fe cristiana. La idea de “ser elegidos” en ocasiones se ha malinterpretado como fundamento de arrogancia o para condenar a otros, pero Pablo señala que su intención es alentar a alegrarse y dar gracias por “el amor inmenso de Dios hacia quienes no teníamos mérito alguno”. Y a continuación recalca cuán poderoso es ese amor, exclamando: “¿Quién contra nosotros?”
En el versículo 31, Pablo pregunta: “¿Qué, pues, diremos a esto?” El “esto” se refiere a todo lo que implica que Dios nos conoció de antemano, nos predestinó, nos llamó, nos justificó y nos glorificó. ¿Podría la razón humana o cualquier otra fuerza invalidar o contradecir este proceso? Evidentemente, no. Pablo hace hincapié en esta conclusión. Luego viene la declaración jubilosa: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (v. 31), que expresa la seguridad inquebrantable en la salvación. Puesto que somos salvos y estamos en Su gracia, ninguna otra fuerza podrá destruir esta salvación. Se apoya en salmos que lo confirman: “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?” (Salmo 27) o “En Dios solamente está acallada mi alma” (Salmo 62), etc.
Al explicar este mensaje, el pastor David Jang no niega la realidad de que, como humanos, seguimos pecando y tropezamos. No debemos suponer que el pecado desaparece automáticamente en el momento de la salvación. Sin embargo, incluso cuando flaqueamos a causa de la desconfianza o el pecado, no es nuestro esfuerzo o mérito lo que nos salva, sino la “predestinación, providencia y amor inmutable de Dios”. El pecador suele preguntarse: “¿Habré sido realmente salvo?” o “Ahora que he vuelto a caer, ¿habré sido rechazado?” Pero Pablo responde: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? ¿Quién es el que condenará?” (vv. 33-34). Si Dios mismo es quien nos justifica, ¿quién se atreverá a sentenciarnos como pecadores?
El versículo 32 señala: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros…” y evoca el pasaje de Génesis 22, donde Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, aunque aquí se revela un amor infinito mucho mayor. Abraham también dio a su hijo por obediencia y fe, pero en el caso de Dios, siendo Él Todopoderoso, ofreció a su unigénito Jesucristo en la cruz para salvar a los pecadores. A través de este sacrificio, nuestra salvación se hizo posible. Por eso, “¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” significa que la compasión y la misericordia de Dios no tienen fin.
Al hablar del “amor de Dios”, el pastor David Jang se centra especialmente en el versículo 32 para insistir en que nada puede estremecer nuestra salvación. La mayor amenaza para el ser humano es la muerte, pero Jesucristo venció el poder de la muerte con su resurrección, y hoy sigue intercediendo por nosotros a la diestra de Dios. De esta manera, el creyente está cubierto por el amor del Señor; y aunque sufra persecución externa o una culpa interior, el único que podría acusarnos es Dios. Pero si Él mismo nos declara justos, entonces ninguna acusación tiene validez. Así se desarrolla el argumento en los versículos 33 y 34: “¿Quién acusará… quién condenará?” y lo culmina la mediación de Jesucristo, sentado a la diestra del Padre.
La confesión del Credo de los Apóstoles –“…fue sepultado y resucitó al tercer día de entre los muertos, subió al cielo y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos…”– coincide perfectamente con Romanos 8:34. Jesús, quien juzgará a vivos y muertos, es quien intercede por nosotros. ¿Qué mayor consuelo podríamos tener? El pastor David Jang enseña que en esto se fundamenta la seguridad de los salvos y que es la razón por la cual podemos ser libres de la duda y del temor.
Así, la salvación que Pablo proclama en Romanos 8 está edificada sobre los pilares de la presciencia y predestinación de Dios, a la vez que es sostenida por el llamamiento y la justificación, y llega a su culminación en la glorificación prometida. Gracias a esto, se mantiene firme incluso frente al desafío contundente: “¿Quién contra nosotros? ¿Quién acusará? ¿Quién condenará?” Cristo Jesús no solo murió, sino que resucitó y está a la diestra de Dios para defendernos. Este mensaje nos libera de toda inseguridad en cuanto a la salvación y nos sitúa sobre la roca firme de la certeza.
El pastor David Jang concluye enfatizando que el amor con el que Dios nos eligió no se tambalea en ninguna situación, y que no es solo conocimiento doctrinal, sino una realidad que debemos experimentar como consuelo y poder en nuestra vida diaria. Quienes adoptan la perspectiva de los deístas en la época de Calvino o quienes hoy se rinden al secularismo o al cientifismo, reducen a Dios a un mero creador distante o a un principio intelectual, y la fe se vuelve impotente. En cambio, cuando nos apropiamos de la confianza que expresa Pablo –“todas las cosas les ayudan a bien”– y proclamamos con valentía “¿quién contra nosotros?”– experimentamos no solo consuelo, sino una certeza que transforma nuestra vida. Con esa certeza, Pablo exclama en los versículos finales: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?”
2. Vivir venciendo abundantemente por Aquel que nos ama
Al exponer la segunda parte de Romanos 8, el pastor David Jang destaca que la pregunta de Pablo “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (v. 35) es una de las más hermosas confesiones de fe. En el versículo 35, Pablo enumera todas las dificultades que puede enfrentar un creyente. Nombra siete: tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro y espada. Todas son situaciones extremas que podían afectar realmente a los creyentes de su tiempo. En la época de Pablo, la comunidad cristiana en Roma padecía persecuciones y presiones constantes, y su propia supervivencia estaba en riesgo. El hambre y la pobreza, el terror a la ejecución eran amenazas constantes. ¿Se suponía entonces que la iglesia y los creyentes debían desmoronarse y rendirse ante tales temores? Pablo responde con claridad: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (v. 37).
La frase “somos más que vencedores” no se refiere a resistir hasta el último momento para sobrevivir apenas, sino a que, gracias a la firmeza del amor divino, la “victoria definitiva” está garantizada. Esto se basa en la certeza de Pablo acerca de la salvación y la gloria final del Reino de Dios. En Juan 16:33, Jesús dijo: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Ahora nosotros seguimos el mismo camino, y aunque tengamos aflicción, participamos en la victoria de Cristo. El pastor David Jang se refiere a Romanos 8:37 como la declaración que un ser humano frágil y diminuto puede pronunciar con valentía solo porque se halla en los brazos del Todopoderoso. Es como un hombre de condición muy baja que camina tomado de la mano de un gran Rey. No caerá, y si lo hace, volverá a levantarse.
En los versículos 38 y 39, Pablo culmina con un pasaje célebre: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” Si antes mencionó siete formas de sufrimiento, ahora nombra más de nueve posibles factores contrarios. La muerte, la vida, los ángeles, las potestades, el presente y el futuro, los poderes, lo alto y lo profundo… abarca todos los aspectos del tiempo y del espacio, el mundo espiritual y el material, la estructura misma del universo. Nada, por más grande y poderoso que parezca, puede acabar con el amor de Dios.
Se considera que la mención de “ni lo alto ni lo profundo” (ὕψωμα, βάθος) incluye incluso la cosmovisión astrológica de aquel entonces, cuando muchos creían que el destino humano estaba determinado por los astros. Pero Pablo refuta cualquier tipo de destino supuestamente trazado por las estrellas. Aunque se afirme que la disposición y el movimiento de los cuerpos celestes influyen en la vida humana, nada de eso puede prevalecer contra el amor de Dios que está en Cristo Jesús. El pastor David Jang subraya que hoy día, del mismo modo, podemos sucumbir a la ciencia, las condiciones ambientales o las experiencias personales, concluyendo pesimistamente que “no hay salida para el ser humano”. Pero la convicción de Pablo es muy distinta. El amor de Dios, que nos ha elegido, que entregó a Su Hijo Jesús en la cruz, que triunfó con Su resurrección, ascensión y la obra continua del Espíritu Santo, no puede ser interrumpido por ninguna criatura.
Asimismo, el versículo que habla de “ni lo presente ni lo porvenir” abarca nuestro temor al paso del tiempo. A veces tememos recaer en nuestros errores pasados y también sentimos angustia por la incertidumbre del futuro. Pero Pablo proclama que tanto lo presente como lo futuro están bajo el control de Cristo. Así, el creyente no queda atrapado en el miedo, sino que vive la vida con la perspectiva de que “la batalla ya está ganada”. Como si uno jugara un partido cuyo resultado ya está decidido, es posible que pasemos por momentos dolorosos o pruebas, pero el desenlace está asegurado. El pastor David Jang vincula esto con el término teológico “la perseverancia de los santos”. Aquellos que han sido verdaderamente salvos perseveran hasta el fin bajo el amor absoluto de Dios y no sufren una derrota final o destrucción completa. Claro que podemos caer en la mitad del camino por debilidades humanas y pecados, pero no perderemos la salvación definitiva.
La razón por la cual Romanos 8 infunde esta convicción no se basa en nuestras capacidades o determinación, sino en el hecho de que Dios nos eligió, nos llamó, nos justificó y nos llevará a la gloria. Y para cumplir ese propósito, Jesucristo murió en la cruz, resucitó y ahora intercede por nosotros desde el cielo. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo mora en nosotros, “gimiendo con gemidos indecibles” e impulsándonos hacia la santificación. Por todo esto, Pablo puede exclamar con plena seguridad: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?”
El pastor David Jang aconseja prestar especial atención a la expresión “por medio de aquel que nos amó”. Desde el comienzo de nuestra salvación, durante el proceso y hasta la consumación, todo depende de “Aquel que nos ama”. Aunque vengan aflicciones, sufrimientos, incluso la muerte, “Aquel que nos ama” no se queda mirando pasivamente desde lejos. Y por eso “somos más que vencedores”. En este sentido, la vida del creyente no transcurre sin tropiezos ni carente de dolor. Al contrario, es común enfrentar dificultades, pero ese trayecto nos lleva a profundizar más en el amor de Dios. Lo muestran los Evangelios, donde Jesús enseña y ejemplifica con su propia existencia, y lo confirma el libro de Hechos, que narra el recorrido de la iglesia primitiva. A pesar de la persecución, el hambre, la inseguridad y los peligros, la iglesia no dejó de crecer y el evangelio se difundió ampliamente.
Esta enseñanza sigue vigente para nosotros hoy. Creer en Jesús no siempre significa un camino fácil; podemos vernos incomprendidos, criticados por no ajustarnos a las injusticias y costumbres de la sociedad. Algunos incluso experimentan “hambre” o “desnudez” en un sentido literal, viviendo en precariedad. Otros son perseguidos por su familia o su entorno. Aun hoy hay lugares en el mundo donde se amenaza la vida de los cristianos. Así, los ejemplos que Pablo menciona no nos resultan extraños. En tales circunstancias, nos puede parecer imposible superarlas con nuestras propias fuerzas, y tendemos a la desesperación. Pero Pablo es enfático: “Nada podrá separarnos del amor de Dios.”
El versículo 36, citando el Salmo 44:22 –“Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero”– muestra la crudeza de la situación a la que se enfrentaba la iglesia primitiva, asumiendo el escenario de un posible martirio. Sin embargo, en el versículo 37, Pablo afirma de nuevo: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”. En lugar de fijarse solo en la dureza del presente, Pablo enfoca la esperanza de la resurrección y la victoria definitiva del Reino de Dios. El pastor David Jang aconseja meditar en el versículo 37 cuando nuestra fe flaquea, recordando que “lo que estamos viviendo hoy no lo es todo”.
Los versículos 38 y 39 enumeran con énfasis repetido las fuerzas espirituales y terrenales que amenazaban a la iglesia bajo el Imperio romano. Sin embargo, esto se expresa con un lenguaje dramático que transmite la idea de que ninguna de esas circunstancias, por más extremas que parezcan, puede separarnos del amor de Dios. “Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo porvenir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada” abarca inclusive la oposición más intensa. Pero todas esas realidades siguen siendo “creación”, y por lo tanto, se hallan bajo la soberanía del Creador. Siendo así, ¿cómo podría algo destruir “el amor de Dios en Cristo Jesús”, ratificado por la muerte y la resurrección de Su Hijo? Pablo responde sin dudas: “Nada podrá separarnos.”
El pastor David Jang, al reflexionar finalmente sobre esta afirmación, exhorta a tener en cuenta que Dios nos adopta como hijos con un “plan ininterrumpido” que culmina en la gloria. Por frágiles que seamos y por difíciles que sean las circunstancias, la salvación no queda a medias, sino que se lleva a su fin glorioso. Cada uno de nosotros se somete a la prueba de “¿realmente crees esto?” como parte de la vida de fe. Pablo ya señaló que estamos en tensión constante entre “la ley del pecado” y “la ley del Espíritu de vida” (Romanos 7–8). Sí, podemos fracasar, pero en esos momentos volvemos a la gracia de la cruz, al poder del Espíritu y a la intercesión de Jesús. Y entonces resuena de nuevo la proclamación: “¿Quién acusará?, ¿quién condenará?, ¿quién nos separará del amor de Cristo?”
La última sección de Romanos 8 nos enseña que cualquier tipo de amenaza o reto –incluso la duda interior– es superado por la declaración: “Dios ya venció, y Su amor nos sostiene.” De ahí que el creyente pueda tener paz, no solo en el día a día, sino incluso ante la muerte. Esta es la herencia que nos dejaron los “héroes de la fe”, y es el cierre ardiente que el apóstol Pablo da en Romanos 8.
Al llegar a esta conclusión, el pastor David Jang insiste en que nuestra fe no puede limitarse a “disfrutar solo de los días buenos”. Aunque no haya persecución como tal, la carga de la vida y la lucha diaria contra el pecado siguen presentes. Sin embargo, en medio de este “desierto”, lo que sostiene nuestra verdadera identidad y fuerza espiritual es creer que “Dios prepara un desenlace bueno y hermoso”. “El que no escatimó ni a su propio Hijo” (v. 32) es la fuente más poderosa para enfrentar el miedo. Y la certeza de ese amor se confirma en la declaración final del versículo 39: “nadie podrá separarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Romanos 8 concluye con esta verdad, pero los creyentes de Roma, y también nosotros hoy, seguimos experimentando la Palabra en la vida diaria. A menudo surgen conflictos dentro de la comunidad de fe, y hay presiones o poderes que nos oprimen desde el exterior. También nos acechan enfermedades físicas y crisis económicas. En todos esos momentos, debemos recordar las preguntas que Pablo reitera: “¿Quién condenará? ¿Quién nos separará? ¿Quién acusará?” Si tenemos la cruz, la resurrección, la presencia del Espíritu y las promesas gloriosas de Dios, ¿podrá algo derribar este amor? El pastor David Jang nos invita a evocar de nuevo la afirmación de Pablo en Romanos 8:18: “Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.” Mientras vivamos en este amor, el destino final de nuestra vida no cambia.
La conclusión es única: por medio de “Aquel que nos amó” somos más que vencedores. Ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro o la espada pueden aniquilar definitivamente nuestra fe. Aunque sintamos dolor y sufrimiento reales en el presente, la verdad de que “Dios está de nuestra parte, Cristo intercede por nosotros desde la diestra del Padre y el Espíritu ora en nuestro interior” no se debilita ni desaparece. Todo lo contrario: gracias a ese amor, a veces la aflicción se convierte en oportunidad para experimentar aún más la gracia; la debilidad se transforma en fortaleza, y la muerte se convierte en puerta de la vida eterna. Así, en los versículos 28-39 de Romanos 8 se proclama de principio a fin la seguridad de la salvación, la gracia de la presciencia y predestinación, la perseverancia de los santos y la firmeza inquebrantable del pacto que no nos separa de Su amor.
Al concluir su exposición de Romanos 8, el pastor David Jang recalca de nuevo la frase clave: “Todas las cosas les ayudan a bien”. Nuestra vida mezcla logros y fracasos, alegrías y penas. Pero “a los que aman a Dios, a los que conforme a su propósito son llamados” todos esos elementos conforman un hermoso mosaico desde la perspectiva trascendente. Aún no vemos la imagen completa, pero ese proyecto final busca “conformarnos a la imagen de Su Hijo y que Él sea el primogénito entre muchos hermanos”. Y el poder que cumple ese plan proviene totalmente de Aquel que nos ama, de modo que nada puede destruirlo. Según la visión del mundo, nuestras circunstancias pueden lucir duras e incluso desesperanzadoras. Sin embargo, el creyente, confiando en la soberanía absoluta de Dios, puede experimentar la fuerza del evangelio y vivir con gratitud y esperanza “en el amor de Dios que es en Cristo Jesús”. Romanos 8:28-39 nos revela con brillantez este secreto bendito.